ÁRBOL QUE NACE TORCIDO, JAMÁS SU TRONCO ENDEREZA
En temas de educación no hay árbol torcido cuyo tronco deba aceptarse como uno que jamás se endereza. Los niños y adolescentes vienen cada uno de sus respectivos hogares, de donde han aprendido y adquirido (para bien o para mal) los insumos que sus padres les han inculcado para enfrentar la vida.
Resulta que estos niños o adolescentes luego llegan a la escuela o colegio y vienen plagados de todos los valores o anti-valores que aprendieron en el hogar. Es aquí donde la labor docente debe sobresalir. El profesional en educación no se ha de limitar a cumplir con la enseñanza de contenidos o cumplimiento de objetivos que le sugieren su respectivo programa de estudios. Afortunada o desafortunadamente, muchas veces los docentes se deben convertir en los “padres” de sus estudiantes.
Tienen que asumir el rol de formadores de algunos de sus estudiantes, en lo que respecta a todas aquellas taras éticas que dejaron sin satisfacer los papás en el hogar. O, lo que se podría decir de otra manera: enderezar los árboles torcidos.
Y esto no es ningún problema para el docente; es más, es uno de sus deberes como educador: educar. Y se dice educar en su término más amplio e íntegro: académica, cultural, social y éticamente. Para muchos docentes esto es una pesadilla con la cual debe lidiar día a día; pero, muy a pesar de este “inconveniente”, lo que tiene que asumir como su responsabilidad e incluso (¿por qué no?) como un placer, es el privilegio que posee en sus manos de formar ciudadanos al servicio del bien y progreso de la patria.
Este último punto, sin lugar a dudas, va muy ligado con el deber que el docente tiene también ante la institución educativa para la cual trabaja. Y es que no se puede abstraer la labor docente simplemente a una relación educador-educando, pues está enmarcado dentro de un contexto social más amplio. El hecho de que el estudiante honre a la institución en la cual estudió y que le guarde un respeto y cariño en sus años futuros, depende, en gran medida, de los valores éticos que el educador depositó en dicho discente.
Además, esta última meta de dignificar su casa de estudios, es algo en lo que el educador debe predicar con el ejemplo, haciendo de su profesión una noble labor con la que lleva un poco de luz a la institución que le abrió las puertas; y, así, la engrandece y la honra. Así mismo, el docente le otorgará como ofrenda a la institución la formación de hombres y mujeres de bien que se egresarán de dicha casa de enseñanza con los mayores méritos y honores; y con un especial orgullo de haber ocupado sus aulas por lapso de algunos importantes años de su vida. Por esta razón, es grande el deber ético que el educador posee para con el centro educativo y el estudiantado.
Por otra parte, como parte de un crecimiento profesional que corresponde al compromiso ético de cumplir su labor lo mejor posible, el docente posee el imperativo ético de estar en constante formación profesional, aprendizaje, capacitación, renovación de conocimientos y ampliación de bagaje cultural. Esto, con la misión de ofrecer de sí mismo la mejor versión profesional posible y ponerla al alcance y al servicio de esas personas a quienes se debe: sus estudiantes; pero también su centro educativo. Así, el educador no debe conformarse con saber ciertos conocimientos en su respectiva especialidad académica, sino que también tiene que asumir su responsabilidad ética de prepararse cada día más en temas de pedagogía, en general, para crecer profesionalmente y estar más a la altura de su gran trabajo y honrar su profesión.
Para concluir, los profesores y profesoras, como agentes de cambio positivo en la sociedad, han de tener claro su importante rol en todas y cada una de sus dimensiones. La responsabilidad no es poca, pero con dedicación, compromiso, vocación, paciencia y mucho de fortaleza; es posible enderezar todos aquellos árboles torcidos del bosque que se le ha encomendado a su cargo. Y así, quizás se pueda proclamar: ¡árbol que nace torcido, algún día su tronco endereza!
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